Nada que siembre más la duda que un: “y, ¿por qué no?”

Nada que siembre más la duda que un: “y, ¿por qué no?”

Imprimir

A lo largo del día pasamos por diferentes momentos en que debemos tomar una decisión. Siempre es algo a lo que

debemos contestar un Sí o No. Valoramos las consecuencias, imaginamos diferentes escenarios y resoluciones dependiendo de lo que decidamos. Y eso en menos de unos microsegundos. Apretamos un botón, decimos o hablamos, mandamos un mail o no, enviamos una nota o no la enviamos, le decimos o no, saludamos o no, llamamos o no, vamos o no…. Estamos en constante decisión.

Tardaremos más o menos, pero tomamos decisiones constantemente, a menudo. En algunas de ellas, la mayoría, sabemos que tenemos ya la respuesta y las tomamos sobre seguro, como si de un piloto automático se tratara…

Pero en otras ocasiones, las decisiones se nos atragantan. Quizá para otros sean fáciles, para otros menos. Valoramos posibles consecuencias de esa toma de decisiones, asumimos riesgos y, finalmente, actuamos (Sí, verde, ON…, frente a NO, rojo, Off).

Como siempre hemos dicho: en peores nunca más nos hemos vuelto a meter.

¿Qué hace que volvamos a caer en ese nunca más?

El mecanismo de valoración coste-beneficio viene haciéndose desde que uno nace: llorar para pedir comida o no. Si lloramos nos cogen, nos alimentan, nos mimen, nos arrullan, nos hacen caso… Luego ya si eso, abusamos del lloro y vienen los estímulos aversivos: nos gritan, no nos hacen caso, nos ignoran… Una vez hemos probado las dos consecuencias del lloro, valoramos su uso: cuando es beneficioso llorar y cuando no. Si patologizamos la petición es cuando se nos plantearán los problemas. Si la lectura que sacamos no es la correcta, también se nos plantearán problemas.

Crecemos y seguimos haciendo valoraciones coste-beneficio de desarrollar determinadas pautas, de las tomas de decisiones, de las valoraciones que hacemos.

Cuando no sabemos cómo actuar, por no tener claro las consecuencias, o no tener claro si podremos asumir dichas consecuencias, es cuando tomamos consejo de los demás, normalmente de nuestro entorno más cercano: familia, amigos… Una vez que no somos capaces de tomar la decisión con el círculo más cercano o la temática no se ajusta a la categoría de consulta del círculo cercano, buscamos asesoramiento externo/experto (no necesariamente deben coincidir ambos términos en la misma persona).

Y, entonces hay alguien que plantea: “y, ¿por qué no?”.

Sólo ese planteamiento desencadena más cadenas de valoración y de expansión en la constante coste-beneficio. Se nos plantean dos escenarios: éxito y fracaso en lo que sea que debamos tomar la decisión. Si no lo vemos nada claro, nos negamos en rotundo… y si vemos alguna posibilidad de éxito, entonces le damos la oportunidad al azar y lanzamos ese famoso: “Qué sea lo que Dios quiera”, como dejando la responsabilidad a otro ente, otro ser diferente a uno mismo y al que recurrir en caso de fracaso estrepitoso y dónde encontrar luego una explicación del por qué las cosas no han salido correctamente.

Cada época y cada edad tiene sus decisiones y sus valoraciones y la forma de analizar las consecuencias de ese coste-beneficio constante que nos vemos avocados a hacer de forma continua en nuestro día a día.

Buscad quién os plantee ese “y, ¿por qué no?”, expande la forma de pensar, de valorar, de sopesar y de tomar decisiones.

¿Seguimos?

Sandra Sánchez

Psicóloga