ODIO AL CUADRADO

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Muy pronto estar de acuerdo va a convertirse en un acto revolucionario. Vivimos o habitamos en un frentismo desolador que, a pesar de sus horribles consecuencias en lugares por los que a posteriori nos sobrecogemos, no para de aumentar y de alimentar esa condición tan humana y tan nefasta que es pensar que sólo nosotros poseemos la razón absoluta de las cosas y que, por consiguiente, todos los otros no únicamente están equivocados,

sino que, además, han de ser reconducidos en su error, reeducados en nuestras posiciones o, por el contrario, dejados de lado, ignorados o, en el peor de los casos, combatidos y aniquilados. Convivir (en el respeto y la consideración hacia el discrepante o con el que no se alinea de una manera casi castrense con nuestras posiciones) es algo que ya ni se plantea o que consideramos extraordinariamente difícil, siempre por culpa del otro, naturalmente.

De este modo, parece que las clases políticas estén más predispuestas a que elijamos bando que a solucionar un problema, y a fe mía que lo consiguen con creces, haciendo no sólo que el problema persista sino convirtiendo el mismo en una gran trinchera llena de votos con la que pretender luego legitimar acciones y leyes que blanqueen sus espurios intereses.

Estoy convencido de que nos molestan menos cosas del vecino de las que nos dicen a diario que deben molestarnos; tan convencido como de que a quienes elegimos (de momento) para que solucionen los conflictos que surgen de la convivencia o mejoren nuestras vidas, les interesa más mantenernos con el recelo en la mirada que unirnos en un objetivo común, no vaya a ser que lleguemos a la conclusión de que quienes interfieren en la consecución de una vida medianamente tranquila son ellos. De este modo, y lo hemos visto recientemente en nuestro país, unos políticos ya ni siquiera acuden al parlamento si van otros, o se largan después de decir lo que quieren sin dignarse a escuchar lo que los demás puedan rebatirles. Se ignoran, y haciéndolo no sólo ignoran las otras opiniones, sino que nos mandan el mensaje de que quienes les hemos votado debemos hacer lo mismo o, lo que es aún peor, de que les hemos votado precisamente para eso, para levantar muros de desprecio.

La consigna principal es suprimir los colores; las cosas son blancas o negras. Aportar un matiz, un tono, un acorde diferente o un verso suelto que pueda enriquecer, complementar, inspirar o contextualizar cualquier tema sin afilarlo hasta conseguir clavarlo en el supuesto adversario, es considerado un acto inaceptable y perseguible. Arrogarse la razón y los derechos como si éstos sólo pudieran pertenecer a quienes piensan como ellos conduce (y no dejamos de verlo a diario en todos los informativos) a dramas que más pronto que tarde viviremos, o reviviremos, que parece que en este país la memoria es corta y selectiva.

No pretendo decir que nadie sea culpable por igual de nada, ni mucho menos, pero no concibo que haya actos que deban disculparse en unos y condenarse en otros dependiendo simplemente de si los cometen los de nuestro bando o los del otro. La simple palabra bando me repugna y entristece a partes iguales.

No soy un ingenuo, al contrario, sé perfectamente que las cosas no se solucionan sólo con buenas acciones y palabras, pero desde luego, sin ellas los conflictos se gangrenan.

El resultado del odio por el odio es el odio al cuadrado.

Ismael Pérez de Pedro