¿Y tú me lo preguntas?

¿Y tú me lo preguntas?

Imprimir

El 21 de marzo es el día mundial de la poesía. Admito que no tengo muy claro cómo definirla, algo que puede parecer inusual en un mundo en el que le das una patada a un bote y sale un experto.

Obviando aquello tan socorrido y edulcorado( aunque no por ello menos cierto) de “poesía eres tú”, podríamos definirla, al menos de un modo más o menos académico, como una expresión literaria, perteneciente al género de la lírica, que acostumbra a usar el verso como forma de expresión del lenguaje, aunque no siempre, y que, en tanto expresión literaria, busca producir unos resultados sorprendentes, de cierto calado estético, haciendo un uso especial de la lengua y sus códigos, tanto en su aspecto formal como en su contenido. Un rollo—estaréis pensando algunos—, no sin cierta razón. Porque, además, esta definición quizá sea más propia del poema que de la poesía en sí. Pero tampoco. Vamos, que no es mi intención hoy dar clase, sino reivindicar la poesía este día como una manera de entender la vida.

   Todo el que ha mirado alguna vez unos ojos y se ha olvidado de los suyos, sabe lo que es la poesía. La poesía te permite entrar en otros mundos, vivir otras vidas. A través de los poemas podemos descubrir maneras de entender la historia y sus acontecimientos. Algunos, como el vino, envejecen muy bien y nos embriagan sorbo a sorbo; necesitan, otros, un catador experto que nos ayude a descubrir cada matiz, cada aroma del verso, para poder degustarlo como es debido, o un sumiller que nos aconseje con qué maridarlo y en qué momento. La poesía es manga larga y cuello vuelto cuando el invierno se cuela por las grietas de nuestra alma, es a la vez agua y sed, es pérdida y encuentro, lucha y sosiego, armazón, utensilio y herramienta (arma no, por favor, aunque sea cargada de futuro, de armas ya vamos sobrados) medio y fin, y escape y sentimiento y duda y pregunta constante. Tiene también un mucho de ritmo, de matemática, de música, de caos organizado. Pero la poesía no se encuentra sólo en el poema. Quizás el poeta la cree, o la descubra, o la recree, pero la poesía puede salir a nuestro encuentro en cualquier lugar; puede haber poesía en un paisaje, en una fragancia que te transporte a aquellos veranos en los que la vida aún te consentía los errores, en un silencio, en el teléfono que guardó tu primer mensaje de amor, en la navaja ya oxidada con la que tu padre cortaba el pan las mañanas de domingo para hacer migas como quien chasca pedazos de existencia que ya no volverás a vivir salvo en la mansedumbre del recuerdo.

   La poesía es un marinero en tierra, un poeta en Nueva York; son las palabras para todas la Julias del mundo, y para todas los Joanas, es cántico y razón de amor, hija de la ira y tierra sin nosotros. Es narcótico y veneno y bálsamo y ungüento. Y es amor, quien lo probó lo sabe.

   Si, como en mi caso, además del placer de leerla tienes la ilusión y la necesidad de escribirla, y alguna vez algún jurado te la reconoce, la poesía te da la oportunidad de conocer otras gentes, otros lugares, y la ocasión de darte cuenta de que no estamos tan alejados como quieren hacernos creer, de que nos unen muchísimas más cosas de las que nos separan.

   La poesía puede cambiar el mundo, o cambiarnos a nosotros, que no es lo mismo pero es igual. Disfrutemos de ella este día y todos los días, pensemos en ella, descubrámosla, sin tópicos ni artificios. Quizás entre todos podamos colocarla en el lugar que merece. Salud y poesía.

En la vid de tu vientre jirpeada

se detiene tu agua en dulce brega

y hasta mis labios lentamente llega

de los hilos del tiempo desatada.

 

Tú sembraste en mi alma despoblada

la vida con tus manos de labriega,

desnudo ya, mi corazón se entrega

al espléndido sol de tu mirada.

 

Si alguna vez de mí te me despides

y abandonas el hueco que en la roca

de mi pecho la razón te cediera,

 

sólo te pido, amor, que nunca olvides

que habitaste mis ojos y mi boca,

que moriré dos veces cuando muera.

 

Ismael Pérez de Pedro

Poeta