Y tú, ¿de quién eres?

Y tú, ¿de quién eres?

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De pequeños jugábamos en los recreos a indios y vaqueros. A veces, sobre todo después de Reyes, con las pistolas y las cartucheras que a algunos de nosotros nos habían traído, otras veces improvisando una

escopeta o un cuchillo con el papel de plata que envolvía el bocadillo. Jugábamos ya en dos bandos. Los indios eran los malos que cortaban cabelleras y asaltaban diligencias que transportaban a bellas e incautas señoritas; los vaqueros, los buenos, aguerridos hombres que desenfundaban su arma a las primeras de cambio para coser a balazos a todos esos pieles rojas que, por algún motivo que casi nunca se explicaba en las películas, parece ser que eran más malos que el baladre, a pesar de ser los dueños legítimos de las tierras que ocupaban y que en la mayoría de los casos solo querían que les dejara tranquilos o, por lo menos, tener voz en las decisiones que se tomaran sobre sus tierras.

   Han pasado los años. Ahora jugar a indios y vaqueros parece ser que no es inclusivo, además de ser un signo de machismo, clasismo e incluso de astigmatismo formativo. Quizá por eso esté mal visto (ahora veo que me ha salido un chiste malo). ¡Será por ismos! Pero tal vez si sea cierto que venimos de una conducta diferenciadora atávica. Ya desde pequeños nos han hecho elegir (posicionarnos, lo cual no considero que sea malo en sí mismo, la vida está llena de elecciones), aunque dudo de si nos han explicado bien tanto los argumentos para que adoptemos una u otra decisión, como las consecuencias de adoptarlas o no. Me da la sensación de que han convertido el verbo elegir en un transitivo que solo admite dos complementos directos excluyentes, es decir; o eliges esto o lo otro, cuando, particularmente, creo que el verbo elegir carece de significado real en el momento en el que se nos obliga a acotar precisamente el objeto de ese verbo, aquello que queremos. De este modo llevan sometiéndonos, desde que tengo uso de razón, a interesadas y a menudo perversas dicotomías; o eres de los de arriba o de los de abajo, excelente o del montón, de pública o de privada, ateo o creyente, de orden o libertino...

   En fin, que elegir debe ser también una elección. Y que no todo tiene que tender a los extremos. Entre la excelencia y el doblaje al castellano de El resplandor, por ejemplo, hay infinidad de matices por los que vale la pena transitar. No todo ha de ser un duelo de contrarios, o Borges o bailable. 

Ismael Pérez de Pedro

Poeta.