SÍ A LA FILOSOFÍA

SÍ A LA FILOSOFÍA

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La filosofía puede hacerse antipática, es cierto. Más aún a ciertas edades tempranas. Pero no es menos cierto que, a esas mismas edades, casi todas las asignaturas se hacen antipáticas al alumnado,

algunas, incluso, más de lo que lo son. Si bien algunos profesores y ciertas actividades pedagógicas pueden, si lo desean, hacerlas más atractivas o llevaderas, se corre el riesgo también de que, mal aplicadas, estas innovadoras maneras de enseñar terminen, en no pocas ocasiones, descafeinando en exceso los temarios y rebajando el nivel de contenidos que sería deseable. De este modo, el profesor podrá adaptar, innovar, investigar, dinamizar o usar cualquier otro vanguardista verbo pedagógico para que en sus alumnos calen ciertos conceptos y los asimilen, los aprendan y los aprehendan. Como no podrá hacerlo es, lógicamente, si se suprime la filosofía como asignatura. Con esta eliminación se privará al alumno de recursos que le serían, sin duda, muy útiles no solo en su futuro, sino en su presente, en su formación como persona, en su crecimiento físico y emocional; concepciones filosóficas acerca del ser humano, conceptos como conocimiento y verdad, la moralidad y la ética y su aportación al mundo de la empresa (tan falta de ellos), por poner algunos ejemplos.

La filosofía no es aprenderse de memoria la vida y obra de Santo Tomás de Aquino, las escuelas helenísticas o el pensamiento de Schopenhauer (para el que no tenga esa capacidad, ya están los libros de consulta, hoy, además, al alcance de un clic) sino preguntarse de qué manera se puede conciliar, por ejemplo, religión y ciencia, si es posible demostrar la existencia de algún Dios, si la adolescencia y la juventud (o todas las edades) han de ser algo más que un desmesurado epicureísmo (si es que este puede ser considerado desmesurado como tal) o si el mundo que conocemos es así por sí mismo o es únicamente una representación subjetiva nuestra, basada en nuestros conocimientos y nuestras observaciones, que bien pueden diferir de las de nuestros vecinos del quinto o de los del otro lado del océano. En definitiva, y a mi humilde entender, la filosofía es hacerse preguntas y, si es posible, con el fin de encontrar alguna respuesta, aunque no tengamos nunca la certeza de si ésta es la verdadera. Pensemos ahora por un momento si ambas actividades, la de plantearse dudas y la de tratar de llegar a una conclusión, no son hoy en día consideradas como peligrosas e incluso, en muchas partes, delictivas. Y pensemos también por qué tienen esa consideración y por parte de quién la tienen; a quién le interesa que no dudemos, que no cuestionemos una decisión o que nos uniformemos bajo un mismo concepto o ideología. Sin darnos cuenta, ya estaremos filosofando. Es posible que así evitásemos muchas contradicciones, o las asumiéramos; es posible que ganásemos en empatía, en respeto, en convivencia, o sabríamos, por lo menos, a quién le interesa que perdamos la empatía, la convivencia y el respeto, y por qué.

Quién sabe, quizás incluso lográsemos entender por qué no se penaliza impedir trasladar miles de enfermos de residencias a hospitales para intentar salvarles la vida y, sin embargo, se aplaude que, una vez fallecidos, se les pongan unas plaquitas conmemorativas preciosas. Pero bueno, eso ya es otro tema. ¿O no?

Ismael Pérez de Pedro

Poeta