CRUZANDO LOS DEDOS

CRUZANDO LOS DEDOS

Imprimir

Ha cambiado todo tanto en dos años que le cuesta reconocerse ni reconocer nada. Ni en sus fantasías más delirantes hubiera imaginado nunca que lo que ocurre ahora en el mundo, esta distopía inacabable, pudiera

convertirse en realidad. Pero así ha sido, así es. Tiene suerte porque no ha llegado a afectarle y a su familia tampoco –¡Crucemos los dedos!–, aunque haya habido casos muy cercanos que ha lamentado. Por suerte, no han tenido mal final. A veces cree que es inmune y, como si fuera una especie de divinidad menor, algún gen la protege. No será el caso, pero le gusta pensarlo. ¿A quién no?

Empezó todo a mediados de un mes de marzo. Pasamos de la sorpresa y la incredulidad a la incertidumbre y la ansiedad ante lo desconocido, además de la negación. Como las fases de un duelo. El miedo, por supuesto, también estaba presente, aunque nos fuimos acostumbrando poco a poco a una situación nueva y peligrosa. Algo parecido a lo que otras generaciones vivieron en otro tiempo, pero que para nosotros era igual a nada antes conocido. Parece que lo estamos superando y que día a día va como apagándose. Pero no ha terminado, aunque queramos creer que sí, aunque pensemos que lo tenemos controlado.

Hay personas que lo llevan mejor que otras, pero la verdad es que andamos todos perdidos. Hubo una etapa en esta extraña situación en que estuvimos aislados, metidos en casa, sin poder salir más que para comprar y, más tarde, también para pasear, a nosotros mismos y al perro, y hacer deporte. Muy curioso fue ver cómo salían a correr vecinos que jamás lo habían hecho antes o sacar a la calle a la mascota que duró en casa lo que dura un confinamiento. Sí, vamos perdidos y también cansados. Cuando algo parece interminable, es difícil resistirlo y se torna cansino y desesperante.

Están cambiando las relaciones entre las personas y hay cosas que han venido para quedarse. Para quienes podemos trabajar a distancia las pantallas son nuestro nexo de unión –o desunión, según se mire– y nos mantienen eternamente conectados al mundo y a una realidad paralela. A veces nos cuesta dejarlas y otras las necesitamos como la lluvia. Lo ideal sería poder mirar a los ojos a nuestros interlocutores sin ellas de por medio, pero este es el nuevo signo de los tiempos y, si no lo seguimos, nos quedamos atrás.

La mujer que no se reconoce ni reconoce el mundo desde que un huésped nuevo nos habita echa de menos la vida de antes de 2020, ese año que, se suponía, iba a ser mágico por tener una cifra doble y se convirtió en pesadilla casi de la noche a la mañana. Añora encuentros muy vividos con amigos, viajes y otros momentos que ya no se repetirán. Añora aún más abrazos y efusividades que han sido imposibles durante meses y que ahora, “por si acaso”, se dan con cuentagotas. No sabe si esto algún día tendrá salida y no confía en ello, porque ha habido avances y retrocesos todo este tiempo y no ve claro el final del túnel en que estamos metidos.

A pesar de todo, sí, es cierto: la esperanza es lo último que se pierde. Y ella persevera. Aunque sueña con hacer un viaje a través del tiempo, volver al pasado y seguir por donde lo había dejado, es realista y sabe que no se puede luchar contra gigantes. Así que se conforma. Pero no se resigna, y gira la cabeza hacia la poca luz que sus ojos quieren ver. Seguro que otro mundo es posible.

Patricia Aliu

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.