Una tarde sin Netflix

Una tarde sin Netflix

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Imaginemos una de esas tardes en las que el tiempo se nos engancha a la piel como una camiseta vieja que suda aburrimiento, una de esas a las que les quedan dos lavados para ser trapos del polvo.

Imaginemos que la lluvia, débil pero constante, repiquetea exasperante en nuestra ventana y nos desaconseja salir a tomar el aire. Abrir un libro nos da pereza; un clásico, más. Tenemos varios en la estantería del mueble, que elegimos porque quedaban bien con el color de la madera (las encuadernaciones en rústica dorada en contraste con el wengué de la librería dan un aspecto elegante y distinguido al salón). Imaginemos que nos ponemos Netflix como sufrido recurso contra las tardes anodinas y desapacibles y encontramos una sinopsis que nos llama la atención. Se trata de una miniserie de época que nos cuenta la historia de un matrimonio con tres hijos, dos de ellos, siguiendo la tradición, se encargan de los negocios familiares, los cultivos y el ganado. El otro, desencantado de la vida clerical, la abandona para probar fortuna en las américas. En su ausencia, sus hermanos se casan y, por asuntos de celos y codicias terminan asesinando a su propio padre y ocultando su cadáver en un lago. Al regreso de su otro hermano, le cuentan que el padre ha desaparecido y que las tierras desde entonces no producen y la economía familiar está en la ruina. El indiano les compra los terrenos y las ganaderías y se hace cargo de todo, mientras sus despiadados hermanos, atormentados por el espectro de su padre asesinado, enloquecen y terminan arrojándose al mismo lago en el que trataron de ocultar el cuerpo sin vida de su progenitor. Misteriosamente, sus llanuras vuelven a ser feraces y prósperas.

   Pues bien, supongamos que Netflix no funciona, que las conexiones se han colgado, que Putin o cualquier otro psicópata ha ordenado un ataque cibernético que impide nuestro asueto de primera elección. Calma, aún podemos disfrutar de esa aventura. Sólo tenemos que acercarnos a esa estantería wengué y coger uno de esos libros que tanta pereza nos ha dado siempre leer porque pensábamos que lo clásico es aburrido. En las inexploradas páginas de “Campos de Castilla” de Antonio Machado, encontraremos esa historia que tan interesante nos parecía en Netflix, La tierra de Alvargonzález y, además, veremos lo que es un romance, disfrutaremos de trasfondos filosóficos descubriendo que “el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”, asistiremos a planos de cámara increíbles, a zums prodigiosos que nos llevarán en El hospicio desde los paisajes nevados y yermos de Soria, a la funesta ventana a la que se asoman unos niños abandonados que esperan su final. Y descubriremos la Laguna Negra, desde donde, tal vez, entre el tintineo de la lluvia que sigue llamando a nuestra ventana, podamos escuchar los lóbregos gritos de lamento del espíritu de un padre asesinado y arrojado a sus entrañas con una losa atada a sus pies, tiñendo para siempre sus aguas del color del alma de sus asesinos.

    Y hasta aquí mi sugerencia. El resto es cosa suya. Elegir es el verbo más hermoso. Traten de conjugarlo mientras puedan.

Ismael Pérez de Pedro. 

Poeta.