A (DIS) GUSTO DE TODOS

A (DIS) GUSTO DE TODOS

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Miguel se cansó de ver la miseria desde su ventana, se puso su gorro de cocina de cuando trabajaba en el restaurante y bajó a la plaza a la que daba su calle.

Necesitó varios viajes para transportar las mesas plegables, los utensilios y los alimentos que tenía en casa. Arrimó hasta su mesa una de las vallas amarillas de una obra que llevaba meses parada y colocó en ella un cartel escrito a mano: Comida gratis. Encendió un fogón portátil y comenzó a cocinar en una olla un guiso a base de patatas, arroz y pimientos, con cebolla y chorizo. Mientras este se calentaba, comenzó a preparar bocadillos de queso y fiambres variados. No tardaron en aparecer algunas de las personas que habitualmente hacían cola en el local de los servicios sociales ubicado en la esquina. Pero no solo ellos; al olor del guiso, del revuelo y del chisme, poco a poco la plaza se fue llenando del más variado paisanaje. Unos le preguntaron si tenía permiso de las autoridades para hacer lo que estaba haciendo, otros, viendo tras la valla a personas de otras razas y procedencia, preguntaban a voces si la comida sería primero para los españoles, a lo que otros les contestaron que: “en tot cas, primer els d’aquí”, que vosotros también sois de fuera, y que el cartelito podría estar también en la nostra lengua, que ja está bé de atacar nuestros derechos”. La policía local le pedía papeles, autorizaciones y certificados, los dueños de los comercios aledaños exigían a las autoridades que le obligaran a pagar impuestos, como a ellos, que los tenían amargados y en la ruina, y que o todos moros o todos cristianos. Una niña fue increpada por querer ayudarle a envolver los bocadillos al grito de no te humilles ante actitudes heteropatriarcales, que sirva él que las mujeres no somos siervas de ningún hombre. Algunos pedían también la autorización para manipular alimentos, la de venta ambulante, la de uso de elementos inflamables…Otros empezaron a enojarse porque Miguel no decía nada, solo cocinaba, sin contestar a nadie; se sintieron ofendidos por su indiferencia. Para cuando el guiso estuvo terminado, dos coches de policía y una ambulancia habían acudido hasta el pequeño tumulto; unos se peleaban con otros por ver quién estaba antes en la cola, otros gritaban que ningún extranjero comería antes que él, que encima de que ocupáis los pisos queréis comer gratis, incluso había quien reclamaba que los productos usados eran de fuera, que el producto de proximidad es más ecológico y sostenible y estaba contribuyendo con su incívica actitud al cambio climático y al desastre medioambiental, que cómo se atrevía, además, a usar carne, que otro asesino utilizando libremente el espacio público sin que pase nada. En cuestión de segundos, la muchedumbre enfervorecida pasó a las manos mientras se abalanzaban unos y otros sobre la mesa plegable, apropiándose de cuencos de patatas, embutidos, bocadillos y botellas de agua que acabaron en el suelo o sobre la cabeza y las ropas de algunos. El fogón, en una de las acometidas, causó un pequeño incendio que tuvo que ser sofocado por las autoridades, que tardaron varios minutos en tener controlada la situación y desalojada la plaza. Sobre todo ese descontento, había comenzado a caer una lluvia lenta, de esas que te van calando sin darte cuenta.

Miguel, ante la denuncia y el testimonio de varios testigos, fue detenido por desórdenes públicos. Sólo quería compartir su comida con quien la necesitara.

Ismael Pérez de Pedro