Hace unos días, antes del comienzo del mundial de fútbol, a la opinión publicada y, como consecuencia, también a la pública, les dio por condenar y vilipendiar la realización de semejante acontecimiento deportivo en un país de escasa o nula calidad democrática
en el que los derechos humanos más básicos brillan, al menos para los pobres y en público, por su ausencia. Se argumentó, sobre todo, con la escandalosa y variable cifra de muertes entre los obreros que construyeron las majestuosas instalaciones deportivas y de otras índoles que albergarían tan reputado acontecimiento económico y deportivo. Nada que objetar; el país no es democrático, y una sola muerte en el lugar de trabajo como consecuencia de la desprotección laboral de un trabajador es absolutamente condenable. Las masas enfervorizadas tuvieron (o tuvimos) nuestro minuto de atención y nuestra controlada canalización de la indignación, amén de nuestra dosis diaria de cinismo e hipocresía.
Paralelamente (en pequeñito y, por supuesto, con una nimia y también controlada exposición en algún que otro medio de “in” o “des” información, según quien opine) aparecieron dos noticias de nuestro país sobre las que convenía no profundizar demasiado. La primera de ellas era que 5000 ciudadanos patrios, en este caso catalanes (aquí ya estarán algunos echando espumarajos por la boca) van a recibir 800 euros al mes como consecuencia de la aplicación del plan piloto de renta básica universal. Un dinerito nada despreciable, para muchos trabajadores, un salario mensual, para el que no será necesario que no tengas ingresos económicos de otra índole, ni que estés en situación de desempleo, sino que, además, del que podrán beneficiarse personas con rentas de hasta 45000 euros anuales. No parecen, en mi opinión, los más necesitados para recibir una ayuda pública. Pero es que, la otra noticia, del mismo día y en el mismo periódico, nos informaba de que cada hora mueren cinco personas esperando la ayuda por dependencia, en el caso de Catalunya, una cada cuarenta minutos. Y con 71000 pacientes esperando que les llegue su asignación. Si no somos capaces de ver que algo estamos haciendo mal, yo prefiero bajarme del mundo.
Pero ¿qué sucede? Pues que, como el título del artículo, todo pasa, y quienes nos desgobiernan lo saben y, como buenos prestidigitadores, nos distraen con el as de tréboles mientras se asfixia la tórtola sin que nos demos cuenta.
Todo pasa y, de vez en cuando, hacen ver que nos conceden el derecho al pataleo y dejan, a los que ya peinamos canas, que hablemos de viejas batallas perdidas y, a los jóvenes, de nuevas batallas que aún no saben que van a perder. Pero, en el fondo, siempre es la misma sucia guerra. Y siempre la pierden los mismos.
Todo pasa, todo se olvida, Qatar y sus muertos, Amazon y los suyos (aquí sí seguimos comprando y callamos), los muertos de la pandemia que, por decreto de alguna ya hemos llorado lo suficiente, los abuelitos que esperan ser atendidos en sus sucursales bancarias, los de las listas de espera que esperan salir de las listas vivos… En fin, no os aburro más (si es que alguien ha llegado hasta aquí) que seguramente en un rato habrá partido o tendremos que pedir con urgencia por internet algo que no hemos necesitado nunca. Que cada uno pase dejando sobre la mar la estela que considere, total, el tiempo ya se encargará de borrarla. Salud.
Ismael Pérez de Pedro.
Poeta.