CONVERSACIONES DE L’ANTIC CAFÈ III (SOBRE EL AMOR)

CONVERSACIONES DE L’ANTIC CAFÈ III (SOBRE EL AMOR)

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Se nos ha vuelto a enamorar Guillermo. Andaba estos días unas veces eufórico, otras desconcertado o pensativo, y no pocas enrabietado. Tenía, concluimos, todos los síntomas de la enfermedad. En algunas ocasiones ha venido a la cafetería con su novia, una inteligente y hermosa mujer que acepta que la califiquen como tal (lo de novia, quiero decir) según el día.

Es más reacia a ello cuando Guillermo fuma o quiere ver el fútbol por la tele del bar (porque a ella no le gusta ni lo uno ni lo otro) pero se autodefine y califica como tal, además remarcando el posesivo y elevando un poquito el tono de voz, cuando al grupo se unen otras chicas; soy SU NO-VI-A— dice cuando les presentan.

  Comentan sus compañeros que Guillermo es muy enamoradizo y un pelín empalagoso en las muestras de afecto, y que vive sus romances como un adolescente, con todo lo positivo y/o negativo que eso conlleva. Asevera él que es más fácil enamorar a muchas diferentes que varias veces a la misma y que, por eso, probablemente, sus relaciones no sean demasiado duraderas y lo tengamos (esto lo añado yo) en tantas ocasiones por el bar en un estado cercano a la ciclotimia.

  Pero da gusto verlo contento, o celosillo, o acaramelado, o inmensamente feliz, o moderadamente triste. Son todos estos—dice él—estados que prefiere mil veces a la soledad. Es muy bonito saber que alguien está pensando en ti, aunque no todos los días sean alegres y muchas veces se sufra. Y, aunque algunas veces ha jurado, después de alguna riña o desengaño, que nunca más, siempre vuelve a intentarlo con ilusiones renovadas.

  Yo los observo algunas veces y me viene a la cabeza el magnífico final de Annie Hall, cuando Woody Allen habla sobre las relaciones personales fracasadas y por qué, a pesar de ellas, seguimos intentando que alguna llegue a nuestra vida para quedarse; ese final en el que explica el célebre chiste del tipo que va al psiquiatra y le dice:” Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina”. Y el doctor le contesta:”¿Pues por qué no lo encierra en un manicomio?”. Y el tipo le dice: “Lo haría, pero necesito los huevos”.

  Y, al fin y al cabo, el amor y las despedidas y las reconciliaciones no son tan distintas, ya sucedan en un pequeño bar de Sant Boi junto a la residencia de salud mental, o a las afueras de la cafetería de un gran hotel en Manhattan. 

  Podemos morder el polvo una y mil veces, pero, en el fondo, (parafraseando al genial director) por muy absurdas e irracionales que sean las relaciones humanas, necesitamos los huevos.

Ismael Pérez de Pedro.

Poeta.