SANGRARÁ LA LUNA

SANGRARÁ LA LUNA

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Esta noche muchos miraremos la luna. Lo haremos independientemente del idioma que hablemos, del dios en que creamos (si es que creemos en alguno), del lugar que habitemos, o deshabitemos, o que nos habita, de si somos más de estos o de los otros, o somos, simplemente, melibeos.

La luna es de quien la trabaja.

Miraremos esa luna que no puede ocultarse, como la verdad, por mucho tiempo. Una luna que sangrará por nuestra herida.

Quizás hagamos (o nos hagamos, o nos hagan) algunas de esas promesas que

luego se evaporan al salir el sol.

Otros, seguramente, le pedirán un deseo. Es cierto que, sin salud, se pueden tener otras muchas cosas, exactamente todas las que cambiaríamos por tenerla o recobrarla.

Los que la contemplen cerca del mar o de algún lago, podrán ver su Mangata reflejado, ese camino de trémulo marfil (hoy, quizás, teñido de rosa) que unos usan para ir hasta ella y otros para regresar.

Esta noche aullará la luna mientras los lobos la miran y menguan. Una luna que parece desangrarse, como a veces el mundo, como a veces nosotros.

Brillará sobre una tierra que tiene de imperfecta lo que sus moradores tienen, sobre un cielo en el que surcan versos y misiles, llantos y risas, amor e indiferencia.

Tiene la luna, como la noche, la forma de lo que en ella buscamos.

Hoy colgará la luna de los balcones de todos los poetas fracasados, se enredarán en sus jarcias de bruma y luz sus recuerdos. Y sus relocos.

Quizás alguien, mirándola, se acordará de mí, y la punta de la lengua se le llene de nombres. Yo, seguro, también sucumbiré a esa letológica esférica y voraz.

Allí la tendremos, misteriosa, como siempre.

Al cabo, quizás, lo que más nos cautive de un misterio sea la imposibilidad de resolverlo.

Ismael Pérez de Pedro