Estar con otras personas implica…

Estar con otras personas implica…

Desde mi posición de “oyente” en la vida de las personas, puedo ver la fragilidad de éstas y lo frágil que es, a su vez, el tiempo que pensamos tener

para hacer y decir cosas.

Hace unos días me comentaba una paciente la situación que vive actualmente con su pareja. Era una situación que la está llevando al llanto continuo, a la frustración continua y a un tedio diario que “soportaba” de forma estoica, esperando, quizá, que la persona que quería se comportara como ella quería y las cosas cambiaran.

Cuando nos vemos obligados a actuar como a otras personas les viene bien, la situación es soportable durante un cierto tiempo, pero no de forma continua y mantenida. Esa pareja pronto tendrá más problemas que les va a hacer la pelota “escarabajera” de su relación un poco más grande y más difícil de llevar.

En otra conversación con otra paciente (pareja de un paciente, mejor dicho), me comentaba la frustración, la rabia, la decepción y la tristeza que la embargaba porque su pareja (mi paciente) la mantiene “apartada” de su vida y de su enfermedad (crónica e invalidante). “Me ha apartado en todos los aspectos. No quiero que me deje también sin la parte en la que éramos “amigos” y lo podíamos hablar y tratar todo”. Todo ello esperando a encontrarse mejor y que las cosas cambiaran… Esperando no sé muy bien cuánto tiempo ni a qué mejoría esperable o deseada.

Ambas relaciones y situaciones se alargan y dilatan en el tiempo, un tiempo que se ha demostrado actualmente que es relativo. Nuestra manera de ver las cosas es desde una visión de tiempo absoluto, dueños y señores de ese tiempo, usable a antojo. Como parte “visionaria” y visible desde fuera, os puedo decir que no es así. Nuestro tiempo es finito, maleable, antojadizo y caprichoso. Y dentro de esa maleabilidad cada día nuestras situaciones se hacen más enrevesadas si no las solucionamos o intentamos cambiar nuestra actitud hacia ellas y verlas de forma diferentes, abarcarlas de formas diferentes.

Queremos hacer grandes cambios, que todo sea diferente a la orden de ya y con un chasquido de los dedos. Los cambios conllevan tiempo, paciencia y actitud. Conllevan también perseverancia y constancia. Abandonar a la primera porque no se dan “las cosas” como queremos suele ser lo más habitual. Esperamos que los demás se comporten como a nosotros no viene bien, esperando que se mantenga en el tiempo y podamos mantener una felicidad, por otro lado frágil, ya que se basa en la “actitud” y “actos” de otra persona.

Quizá debamos analizar si realmente debemos estar o no estar con las personas que tenemos a nuestro alrededor. Decir que no a tiempo, poner límites, expresar lo que queremos y sentimos, ayuda a nuestro alrededor a “corregir” por ellos mismos y adaptarse a lo que implica estar y convivir con una persona. No podemos pretender estar con otros tal y como estamos solos o como estaríamos solos. Estar con otras personas implica hacer concesiones y reivindicar espacios y costumbres. Ambas cosas a la vez. Pretender ser uno mismo, sin tacha, sin cambios y sin dar el brazo a torcer, imponiendo y exigiendo, difícilmente nos va a llevar a buen término. Puede ser que “impresionemos” a los demás durante un tiempo, pero ese tiempo de “iluminación” es finito y transitorio. Todos tenemos necesidades que cubrir y satisfacer, que se dé solamente por una parte no es equitativo y las relaciones suelen resentirse.

Hablemos, comentemos, expresemos, pongamos límites, pidamos, cedamos, concedamos… “todo en la vida” (con las reservas que siempre tengo hacia la palabra todo, ya sabéis) es una negociación, incluida la vida en pareja…

¿Vemos cómo?

Sandra Sánchez

Psicóloga