NOSOTROS, YA NO SOMOS LOS MISMOS, ¿O SÍ?

NOSOTROS, YA NO SOMOS LOS MISMOS, ¿O SÍ?

Ya ha pasado un año del inicio de la pandemia. Ha sido, no cabe duda, un año duro para todos y, claro está, principalmente

para aquellos que la han sufrido de manera más cercana, ya sea en el aspecto meramente sanitario con enfermedades y pérdidas muchas de ellas evitables, o en el laboral, con ertes, despidos o ceses parciales o totales de negocios. De aquella real o aparente unión colectiva de las primeras semanas, poco o nada queda ya; poco de la real, si alguna vez la hubo, que quiero pensar que sí, y nada de la aparente. Es más, me da la sensación de que cada día intentamos visibilizar más la discrepancia, por pequeña o salvable que pueda ser, anteponiéndola a una imagen de unión que, aunque sea solamente imagen, siempre ayuda más y puede impregnar de cierta esperanza y sensación de empatía a determinados colectivos que lo contrario. Pero en lugar de eso, hemos elegido (o nos han inducido a ello con espurios fines partidistas) escorarnos, atrincherarnos en nuestras posiciones sin escuchar siquiera los argumentos y puntos de vista de los otros, dando por sentado que la razón, además de única, nos pertenece.

   Nadie duda de que en este periodo se han cometido errores, muchos. Algunos justificables por la falta de previsión, por la sorpresa, por la rapidez con la que todo nuestro mundo cambió. Otros, en cambio, debidos a una improvisación constante por intentar aplicar unas medidas determinadas queriendo contentar a todas las opiniones, lo que no sólo es imposible, sino que es ineficaz. Porque nuestras necesidades, además de no ser las mismas, son cambiantes, y nuestras opiniones y circunstancias, también. Añadiría yo a todo esto, con el punto misántropo que me caracteriza, si me lo permiten, que tenemos en nuestra condición humana unas trazas cínicas e hipócritas que no necesitan complicados análisis para comprobarse, y que tan poco nos gusta reconocer en nosotros mismos, a pesar de la tremenda facilidad con la que lo hacemos en los demás. Todos recordamos y nos recordamos en los balcones, aplaudiendo a colectivos que seguían al pie de su trabajo en hospitales, en almacenes, en centros comerciales, en fábricas y centrales de suministros básicos para que el país funcionara mientras otros permanecían en sus casas, cumpliendo las indicaciones de los diferentes gobiernos para evitar la propagación del virus y el colapso sanitario, para intentar salvar vidas. Todos viralizamos (y perdón por el término) mensajes y vídeos pidiendo el reconocimiento de los camioneros, las cajeras, las limpiadoras, los barrenderos (de uno y otro sexo) cuyo trabajo (ahora nos dábamos cuenta) convinimos en calificar de imprescindible e infravalorado, con toda la razón. Pero ha pasado un año, como decía al principio de esta reflexión, y nosotros, los de entonces, volvemos a ser los mismos, y ahora reivindicamos salir sin que nadie nos diga si podemos o no; la mascarilla ha pasado a ser un bozal con el que alguien (que nunca concretamos quién, o que varía según nuestra adscripción ideológica) pretende hacernos callar y esclavizarnos; las condiciones laborales y los salarios de aquellos colectivos vuelven a importarnos poco o nada; la horrible cifra de fallecidos que unos y otros nos hemos arrojado a la cara durante meses, es ahora un dato que se cuela como ruido de fondo en nuestras anodinas rutinas, como lo han hecho otras veces la de los muertos en las guerras de países que no sabríamos señalar en un mapa, o la de los náufragos de pateras en mitad de océanos que intentamos repartirnos trazando en los atlas líneas que la miseria y el hambre siempre intentarán traspasar.

   Todo parece volver a su cauce, al darwinismo más cruel, y el que ha sobrevivido no tiene intención de apoyar en modo alguno al que ha salido más perjudicado de toda esta atrocidad si ha de ser a expensas de tener que renunciar a algo. Como pasó en las anteriores crisis. Como pasará en las siguientes.

   Queda un último esfuerzo, nos dicen. Ojalá llegue el día en que seamos capaces de entender que, el hacerlo por los demás, es también hacerlo por nosotros mismos. Salud.

Ismael Pérez de Pedro