El donut del tiempo

El donut del tiempo

Compartíamos chicles Bazooka o Bang Bang. En los kioscos vendían helados y cortes (todos sabíamos en qué tienda te los hacían más grandes) que mordíamos y rechupeteábamos por turnos sin miedo a las bacterias.

Las bolsas de pipas valían un duro y venían llenas, los donuts eran más grandes y te los servían en una servilleta que se transparentaba con su grasilla. Los balones de fútbol eran del papel de plata con el que envolvíamos los bocadillos y, en el mejor de los casos, de cuero reglamentario que olía a infancia y diversión. Las porterías, dos piedras en un descampado y donde uno veía gol el otro siempre gritaba “alta”. Nos mirábamos de reojo en los exámenes y chivábamos las respuestas en voz baja. Nos faltó, quizás, que nos hicieran las preguntas adecuadas. El “tú besarás” nos incendiaba las mejillas ya desde que sonaba la melodía de la canción; siempre mentíamos en “verdad, acción, o beso”, el gordo era el portero y el empollón llevaba gafas. Y el amor...el amor llevaba una carpeta abrazada a su pecho, con fotos pegadas de tipos(o tipas) que nunca éramos nosotros y que (por suerte o por desgracia) jamás fuimos. Los veranos los pasábamos en pueblos en los que se hacía difícil ver un coche y olía a campo. Las bicicletas corrían aún más deprisa que la vida y, en la plaza, nos juntábamos niños de todas partes que intercambiábamos acentos sin despreciarnos ni acusarnos de robo o de fascismo. Y luego volvía septiembre, y el olor a lápices de colores y a libros nuevos, y los reencuentros y la redacción sobre las vacaciones, y ese niño o niña nuevo que a la semana ya no lo era...

   La muerte era algo de lo que hablaban los mayores. Un sueldo daba para vivir feliz, los sueños abundaban y eran probables. Teníamos todo el tiempo del mundo para ser impacientes. Usábamos la vida. Ahora buscamos nuestro gueto lejos del distinto y nos subimos por las paredes si el ordenador se cuelga o alguien aparca en nuestro sitio. Y lejos de enmendarnos, educamos a los nuevos como somos y no como fuimos hasta que, sin darnos cuenta, de aquel delicioso y enorme donut, solo nos quede el agujero.

Ismael Pérez de Pedro

Poeta