
DESEO REENCONTRADO
Nubes de azúcar pasan cambiantes y pájaros las surcan mientras L. piensa en R. hoy. El día ha comenzado gris y ahora resplandece. L. escucha a través de sus auriculares música celta, mira al cielo, piensa.
Los sonidos épicos, violines, arpas, clarinetes, tambores, panderetas y laúdes resuenan como latidos. El corazón de L. recuerda los buenos momentos pasados con R. y se llena de gozo. Cuatro años ya desde que lo conoció. Como si fuese ayer, la sonrisa de L. confirma que siente la historia renovada, con aires de familiaridad, sí, pero no de aburrimiento.
El cuento de L. y R. empezó casi como un juego que aún no era peligroso. Sólo excitante. Se atraen desde los inicios como imán y metal. El pasado se hace presente y L. sigue meciéndose con las nubes hinchadas cual velas. Rememora miradas, roces de brazos, suaves contactos, coincidencias que no fueron tan casuales en un único espacio. Pensamientos y deseos concretados en una invitación a café pensada al mismo tiempo.
Notar que el músculo de la vida bombea con fuerza dentro de sus pechos. Sus cerebros, imaginando escenas en que la lujuria es la protagonista y el sexo su concreción. La simpatía baila en sus ojos y riela en sus sonrisas. Querer sólo una cosa que aún no se dice: estar solos en una habitación, en un coche, en un rincón improvisado a toda prisa. R. acompañando a L. a casa un día antes de aquel primer café e intercambiándose números de teléfono. No son libres y el riesgo les espolea, ese que todavía no les produce miedo. Al contrario.
Al día siguiente, los dos a la vez con el móvil en la mano. R. se adelanta y le envía un mensaje. L. se sorprende sin sorprenderse: estaba a punto de hacer lo mismo. Desea a ese hombre con una intensidad ya olvidada en la inmensidad de recuerdos anteriores. La promesa de un primer beso tras unos ojos que no pueden esperar más. L. y R. son dos adolescentes otra vez, como si nunca hubiesen peinado canas. Los labios de ambos saben a miel, no se puede ni se quiere respirar, el abrazo es, a cada instante, más apretado. No saben cómo tocarse, son niños que prueban experiencias nuevas en el patio de la escuela, convertido en un motel por horas. Apenas se conocen, las ganas están llenas de inexplicable inexperiencia.
Después de aquel día, los encuentros se suceden y L. y R. ya saben qué tecla hay que pulsar, qué recorrido hacer en la otra piel, cómo guiar, cómo pedir en otras manos aquella caricia más esperada. Su pasión en uno, dos, tres y cuatro años ha crecido a la par que la amistad y el aprecio. Apenas hay nada que no sepan el uno del otro, nada que no compartan, aunque muchas veces sea en la distancia. Como R. dice, son amigos especiales, y L. no se lo rebate. Cariño y lascivia corren paralelos y ellos los mantienen igual que el oro recién hallado.
L. vuelve a sonreír hacia el cielo. Las nubes han desaparecido con el viento y queda el azul. Hace unos meses vive sola, sin su pareja habitual. Todo terminó. No le importa que R. siga como siempre y que nunca vaya a cambiar. L. tan sólo quiere perpetuar lo valioso que les une. Y que los cuatros años compartidos, que ya no pueden borrarse, se conviertan en cinco, seis, siete… Tantos como sus cuerpos aguanten y sus almas resistan.
Patricia Aliu
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.