LAS MISMAS PREGUNTAS

LAS MISMAS PREGUNTAS

¿Qué necesidad tiene de esperar a ese hombre, a veces una hora o más, y hacerlo escondida en un bar o en el banco de un parque solitario lejos de casa? ¿Qué tan necesitada está? 

Lo tiene todo. Quiso enamorarse y se enamoró. De verdad verdad, cuatro veces. Quiso casarse y se casó, con el segundo hombre con quien visitó las estrellas. Quiso tener un hijo y lo tuvo, justo con ese hombre. Ama a ese único hijo, que lo es en los dos sentidos, y no lo dice porque sea su madre. 

También se quiso divorciar del padre de su hijo y se divorció. Esto no es que sea un triunfo a exhibir, pero tampoco se arrepiente de nada. Después de aquel trance, aunque deseado no menos doloroso, la vida le abrió muchos caminos. Conoció y maduró todo lo que no lo había hecho de casada. Salió del cascarón, vaya. Y se dedicó a trabajar como siempre, dedicarse a su hijo, escribir, leer, estudiar a distancia, salir los fines de semana y algún día especial de celebración… Se sintió plena y llena de energía, como hacía tiempo que no se sentía. 

Hasta que empezó a aburrirse de tanta actividad y tantos amigos nuevos. Todo era siempre lo mismo. Una noche, cansada ya y sola, se levantó de la barra de la discoteca dispuesta a marcharse y se topó con un joven que también salía. En una casualidad empezó otra historia compartida que aún hoy continúa, con sus altibajos. 

Una historia que no se ha interrumpido a pesar de tropezar, también por una coincidencia y hace unos dos años, con una tercera persona, de quien aceptó encantada una invitación a café que acabó siendo más que eso. Es muy atento y parece conocerla de siempre, la comprende y la acepta como es, la hace reír y también estremecerse entre sus brazos. Sólo tiene un fallo: no está libre. No es algo original, lo tiene claro. Que levante la mano quien no haya sobrepasado algún límite.

Por eso, hoy se vuelve a hacer la pregunta de qué está haciendo con esta parte de su vida, si la está desperdiciando o no, mientras espera una vez más a ese encantador caradura con su eterna sonrisa, tierno, simpático, observador, detallista, de vuelta de mucho pero abierto a aprender, buen conversador y cálido, muy cálido. Los dos son parecidos y se entienden. Antes que nada, son amigos. Ella lamenta no haberle conocido antes.

Tal vez ya tiene la respuesta cada vez, o no es necesario que se haga la pregunta, aunque se responde con una nueva que omite consideraciones morales: ¿Por qué no disfrutar con plenitud de esta sensación de adolescente apasionada, y no avergonzarse, no dejarse arrastrar por culpas que se le olvidan con cada uno de los besos que se dan, con cada momento que le roban al tiempo? 

Sabe que no hay nada que no tenga fin. Aunque ella sea de largo recorrido, no pretende que los demás sean iguales y sabe que no lo son. Está convencida de que debe aprovechar estos momentos que un día se desvanecerán en una nube. Y se consuela una vez más a sí misma reconociendo que cada vez él hace lo que puede por verla y llegar a tiempo. Pero… ¡cómo duelen las ganas de abrazarlo!

Patricia Aliu

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