MUÑECOS
La mañana del martes, 11 de julio, mientras los malditos que dirigen este bendito país seguían insultándose entre ellos y a sus respectivos votantes como único medio que les funciona para conseguir votos (lo que es triste precisamente por ser cierto), la mañana
de ese martes, el cuerpo de un bebé era hallado sin vida en la playa de una localidad de Tarragona. Algunos bañistas lo habían visto horas, incluso días antes, pero no dieron la voz de alarma al pensar que se trataba de un muñeco. Lo era. Es ese, al menos, el tratamiento que solemos darles en nuestro fuero interno a todos los migrantes que comparten su mismo destino, su horrible destino. Quizás lo hacemos así para sentirnos menos culpables, o menos concernidos o, qué se yo, tal vez simplemente somos, de serie, profundamente inhumanos, o humanos, y la ignorancia del dolor ajeno es tan solo un mecanismo de defensa que instintivamente utilizamos para poder seguir con nuestras vidas sin desangrarnos el alma.
Era una niña de unos seis meses. Viajaba desde Argelia en una patera que naufragó el seis de abril en aguas próximas a Baleares, junto con quince personas más, sus padres entre ellas. Todas murieron y sus cuerpos se desperdigaron durante meses en el mar antes de ser encontrados. No iban en un batiscafo ultramoderno para ricos, aunque probablemente dieron todo lo que tenían para poder pagar sus pasajes, a nadie importó la trazabilidad de sus existencias ni dedicaron millones de euros para rescatarlos con vida, ni cientos de horas en los informativos. Eran muñecos ya antes de zarpar. Quizás podrían haber llegado a España con vida, y hablaríamos ahora de la polémica creada por si tenían que haber sido rescatados por los Mossos o por la Guardia Civil, si la costa que pisaron era catalana o española, de si se les tenía que atender en castellano o en catalán, si darles de comer fuet o cocido madrileño, si concederles la nacionalidad o repatriarlos, de si eran delincuentes por no ser de aquí, de si su dios (de tenerlo) era el nuestro o equivocado, de sí, en caso de quedarse con todas las de la ley, votarían a golpistas o a franquistas, a rojos o a gente de bien. En fin, ojalá los quince estuvieran ahora vivos contemplando con salud y un futuro más o menos aceptable nuestras miserias estructurales. Pero eran muñecos, y siempre afecta menos que muera alguien a quien ni siquiera le hemos dado la cualidad de la existencia.
Ismael Pérez de Pedro.