ADIÓS, AMIGO RAFAEL
Vuelvo a mirar por mi ventana del hospital San Lorenzo de Viladecans. Veo que el cielo y las calles están como corresponde a este día de primavera alegre. Algo me dice que permanezca en mi habitación, en silencio para poder reflexionar y hablar con las otras personas que me acompañan. Somos cuatro hombres mayores, tres por problemas de cadera, los tres fuimos operados ya antes, y recaídos de nuevo, porque nuestros huesos se están cansando y necesitan pasar por el taller para ser revisados periódicamente, por una fractura fortuita, o movimientos de prótesis, dolores, desgaste, dificultad de
desplazamientos… ¡achaques!
Me llama la atención el compañero Rafael. Ya hemos hablado algo en los días anteriores. Tiene 83 años y ha perdido el 50% de sus facultades físicas y mentales. Me dice que ha trabajado durante toda su vida, como buen marmolista, especializado en panteones funerarios, en lápidas, esculturas, recuerdos… todo un artista. Me he fijado en sus manos y veo que no me engaña porque tiene manos con dedos largos y finos, que proclaman que han gozado con su trabajo artesano, “con cincel y con martillo, escultor de verdad, no con ordenador…”. Se emociona cuando me habla. Está viendo su trabajo manifiesto en sus palabras. - “Nací en Loja, provincia de Granada. Comencé a trabajar en una pequeña factoría local, “La Presa”. Unos catalanes vieron mi obra y me ficharon para que viniera a trabajar en Barcelona, aquí terminaré mi vida, jubilado y feliz”. Se emociona y se le ve el amor a su pueblo. “Allí lo aprendí todo, y aquí lo he practicado y perfeccionado. Pero la vida galopa y, mira cómo me encuentro. No puedo ni hablar bien. No oigo. No puedo comer más que purés, pan y alimentos muy blandos… Murió mi mujer hace ya un año y medio. Vivo solo en un tercer piso, sin ascensor, y no puedo subir las escaleras. Mis hijos viven lejos. Quieren que vaya a vivir con ellos, pero no me iré porque sé que los viejos, a esta edad, somos un estorbo y yo no quiero, ni sirvo para estorbar… Ya tienen bastantes problemas. En todo caso, contrataré a una mujer para que venga a mi casa, me acompañe algo y seguiré hasta que la vida me aguante…” Me enseñó algunas de sus fotos, las miraba y las acariciaba como si quisiera darles vida, hablarles, y esperaba escuchar sus respuestas.
Ayer se fue para su casa y me dijo: “Pronto estaré aquí otra vez, porque veo que mi vida está llegando al final y necesito a los médicos para vivir”.
Le costaba hablar. Quizás fueran algunas de las últimas palabras que pronunciara en el hospital. Me dejó con una sensación agridulce. Le dije un adiós que puede ser el último y definitivo. Su soledad decía que todos sus caminos estaban oscuros y, lo mejor sería que acabaran pronto. Yo quería darle ánimos, pero él no estaba por la faena. Tenía todo su interior destrozado.
ADIÓS, AMIGO RAFAEL
Rafael se marchó a la casa donde vivió solo y abatido, acompañado por su hijo. Al salir del hospital estaba convencido de que su estancia en casa sería corta. Se llevó toda su vida anterior y su vida del presente en su equipaje. De vez en cuando, yo me preguntaba por él y siempre obtenía la misma respuesta: - “Se marchó muy deteriorado. Sus constantes vitales estaban al mínimo. En cualquier momento se le apagará su luz y dejará de estar entre nosotros”.
Pasaron quince días y me llamaron para indicarme que había fallecido. Que no había sufrido mucho. Se acostó tranquilo y, a la mañana siguiente ya no se despertó. Se fue sin hacer ruido. Sin molestar. Seguro que su esposa lo estaba esperando y le abrió la puerta de la estancia que le tenía reservada. Ya no se separarán jamás.
Seguro que algunas de las esculturas que había hecho para los demás le aplaudieron cuando lo vieron llegar y le dijeron: “No sufras, que no has estorbado a nadie en tu vida. La pasaste en silencio y la dejaste en silencio, tal como decías a tus amigos. Nosotras estaremos a tu siempre a tu lado. No te abandonaremos”.
Andrés García Motos