COMPAÑÍAS INADECUADAS
Llegar a un lugar de 42.500 hectáreas, tras dos horas de viaje, declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO, donde habitan águilas, buitres, búhos, avutardas, zorros, gatos monteses, ginetas, anfibios y reptiles en un paisaje sobrecogedor, que la naturaleza ha moldeado con paciencia cósmica durante millones de años y, apenas, poder bajarte del coche para hacer unas fotos, ya que al resto de acompañantes no les llama la atención la maravilla que le circunda y quieren seguir. Fue en las Bárdenas Reales de Navarra.
No estamos en la España despoblada, esto es la España de las cabezas huecas.
Sobrecogedor.
Informo a mis compañeros de viaje que voy a hacer fotos al cementerio de Lloret de Mar, donde, proyectado por Joaquim Artau i Fàbregas, hay mausoleos de los arquitectos modernistas Pugi i Cadafalch, Vicenç Artigas y Bonaventura Conill.
Nada más llegar, constato la diferencia social tan profunda que se produce en la muerte. La calle principal está reservada a los suntuosos panteones de los acaudalados indianos, algunos de ellos, traficantes de esclavos. En calles adyacentes, hay hipogeos y capillas de segunda y tercera categoría. Después, algo apartados, sencillos nichos en muros, hasta llegar, totalmente separado, casi oculto, al sobrecogedor recinto civil, donde la madre tierra y paredes blancas acogen a los no bautizados (incluidos niños), suicidas, masones, ateos, y demás almas en pena.
Al irme, esta mañana, me dijeron a modo de despedida: ¡cómo te gustan los cementerios! Deben creer que soy devoto de Nuestra Señora de la Santa Muerte.
Si circulas por la N. 332, camino de Altea, verás entre pinos mediterráneos, como saliendo de un cuento, cinco cúpulas de bulbo doradas. Son doradas por la gloria celestial y cinco, en este caso, por Jesucristo y los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Venimos de Calpe para ver la primera iglesia rusa ortodoxa de España.
La iglesia de Altea es una réplica de una del siglo XVII en la región de los Urales. Para ello, se trajeron desde ese remoto territorio todos los materiales necesarios para su construcción y, con ellos, vinieron los artesanos que la iban a erigir. Fue consagrada al Arcángel San Miguel.
Al entrar te invade una sensación de irrealidad. Todo es muy cercano y a la vez distinto a los templos católicos a los que estamos habituados.
Impresiona el iconostasio que te reduce a la condición de hombre insignificante. Sí, esta obra es fruto de otros hombres, pero hay en ella siglos de grandeza, virtuosismo y tradición. Hay mucho arte, amor e historia con la finalidad de mostrar la unidad con Cristo, su madre y todos los ángeles y santos. Consiste en una mampara con imágenes sagradas pintadas. Tiene tres puertas, una mayor en el centro y otra más pequeña a cada lado. El presbiterio y el altar están aislados del resto de la iglesia.
La ausencia de imágenes sobrecoge. Turba todavía más cuando compruebas que estos iconos son los mismos que puedes admirar en Santa Sofía de Estambul. Más de mil años han transcurrido y son prácticamente iguales; mensajes perennes que no han precisado evolución de las formas.
Interpretar un ícono es algo que hay que aprender. Hay símbolos y mensajes ocultos en la imagen, junto con la historia específica de cada uno de ellos. La variedad de imágenes representadas es infinita y nos transporta a un mundo inmaterial de fe; destaca sobre todas el tema de la Virgen con el Niño. También la Santa Faz es un tema recurrente, siendo todos ellos un lugar de encuentro entre el arte y un misticismo puro; el artista suele ser anónimo y el protagonista de la obra será siempre el sujeto sagrado. A pesar de toda la espiritualidad que pueda emanar, el icono no tiene ninguna propiedad recóndita o extraordinaria por sí mismo, pero los milagros son ejecutados por Dios a través de él y será un canal para comunicarse con las figuras sagradas que representa. Es una especie de «ventana al cielo». El característico fondo dorado nos está indicando que lo representado está en el cielo y da testimonio de la realidad de la presencia de Dios entre nosotros en el misterio de la fe. Todos ellos tienen un orden establecido y una función que se repite en cualquier templo.
Al salir del recinto no veremos abetos, alerces siberianos ni abedules escoltando el templo. Aquí rige el pino carrasco y una brisa marina, embatà del migdia, que llega, refresca. Da gloria bendita recibirla, nunca mejor dicho.
Mis compañeros de viaje, hace una eternidad que salieron de la iglesia. Están con mala cara porque «hace mucho que esperamos».
¿Y para qué tanta prisa, jefe? No vamos a ninguna parte dijo Chico a Grucho Marx.
Felipe Sérvulo