
PLAZA DE LA IGLESIA
La plaza de la Iglesia de Castelldefels tiene bares de chinos, entidades financieras con personas aguardando su turno a la intemperie para ser atendidos, haga calor, frío o llueva, según la nueva normativa para algunos clientes. También, tiene diez bancos de madera para que se sienten los jubilados.
Allí está la sede del ayuntamiento y, cómo no, una iglesia de principios del siglo XX, que da nombre a la plaza, consagrada bajo la advocación de la Virgen de la Salud, porque hubo hace tiempo una epidemia de paludismo que asoló estas tierras. Diseñada por el arquitecto modernista Enric Sagnier, por fuera no es demasiado vistosa, pero le ocurre como a algunas personas, que lo mejor está en su
interior, debido a las pinturas murales de Josep Serrasanta realizadas entre 1950 y 1958, unos frescos que abarcan todo el interior del templo con la narración de la vida de Jesús. Son obras de gran belleza que, a mi entender, nunca han sido valoradas por la población de la ciudad. En una esquina, aún se pueden ver los restos de un quiosco de prensa que murió de aburrimiento con la ayuda de Internet.
A este espacio intercultural suelo venir con Lúa y Kalita, ya que de vez en cuando se viste de fiesta y, entonces, tenemos mercadillos, castellets, ball de bastons, de gitanes, sardanas, exposiciones y ferias sin fin que animan nuestra doméstica ágora, pues aquí se nota el pulso de la ciudad.
Cuando llega mi amigo José María Balcells, catedrático de literatura, hablo con él, ya que siempre aprendo algo. Sé que vive gran parte del año en Estados Unidos y marchará para allá próximamente, me dice que el viaje de ida lo hace en avión y cuando viene a España, por abril, lo hace ¡en barco! A mi sorpresa inicial, me indica que hace tiempo que viaja así. El trayecto dura unos 15 días, dependiendo del estado del mar. Leo, paseo, veo cine, oigo música, tomo el aire, tomo el sol, medito…, me dice. No es mal plan, pienso, viajar con Cavafis, Pessoa, Rilke, T.S. Eliot, Cernuda, Joyce o Calvino y marearse al compás de Johann Baptist Strauss, debe tener su punto de belleza oceánica.
Hoy hay un señor junto al estanco de la calle Iglesia toca la guitarra y canta preciosas canciones en portugués y como algunos de sus conciudadanos, parece un noble venido a menos. Las monedas que le depositan los viandantes son un mísero pago a su talento. Toda la nostalgia, la belleza y el arte del país hermano en sus maravillosos fados, por casi nada.
Coração feito em pedaços.
Por tua culpa desfeito.
Chora perdido em teus braços.
Bate dolente no peito.
Conmovedora «saudade».
Pasan dos chicas jóvenes y agraciadas, una le dice a la otra que ese hombre canta en catalán antiguo. Siete diferentes planes de estudio desde los tiempos de Felipe González han hecho su labor y han desculturizado con eficacia. Pronto, el octavo. Contumaces.
Felipe Sérvulo