COLECCIÓN DE OTOÑO

COLECCIÓN DE OTOÑO

Llega septiembre. Los coleccionables copan los anuncios de televisión y los quioscos. Deben pensar los publicistas (o a quienes sirven) que es un buen momento, tras unos días de asueto y espejismos, para interesarse

por algo diferente, algo que nos distraiga de la rutina o que nos cree otra. Es una buena ocasión para indagar en los insondables misterios del cosmos, en el imperativo categórico de la ética formal de Kant, que tanto nos gusta poner en práctica, o para dejar hueco en las estanterías y colocar en ellas las obras maestras de la literatura universal o las mejores aventuras de Mortadelo y Filemón, que no es lo mismo pero es igual. El caso es empezar algo, aunque no lo terminemos, aunque sólo aprovechemos esas ofertas de lanzamiento, que siempre son más baratas y suelen dar un dos por uno atractivo como cebo. Tranquilos, estadísticamente sólo una de cada mil personas termina una colección y menos del treinta por ciento de los compradores adquieren la tercera entrega o posteriores. La desazón, la pereza o el desinterés llegan, a menudo, antes que el próximo número.

Y así, una vez leído ya el verano y olvidado en cualquier revistero, pronto tendremos aquí las navidades y el año nuevo, que el tiempo sí termina lo que empieza. Entretanto toca lidiar con el día a día, sobremorir, vivir, sobrevivir con los sueños que nos queden a fin de mes, gestionar nuestras deudas y nuestros recelos cotidianos, seguir donde lo habíamos dejado. Pero quizás podríamos, no sé, dejar de ojear las colecciones actualizadas de nuestros odios ancestrales o, si no hay más remedio, hojear sus fascículos sin hacer dogma de lo que allí esté escrito, no seguir la flecha, o girarla hacia otra dirección, la que nos apetezca, aunque tampoco estemos seguros de qué encontraremos si llegamos; tratar, tal vez (perdón por la cursilería) de escribir nuestra propia vida por entregas, sin condicionamientos ni tutelas, y entregársela como un preciado regalo sólo a quien muestre verdadero interés por leerla, encuadernada en rústica dorada y sin epílogo.

¿Que a qué viene todo esto? Pues no sé. A que es ya otoño en muchos calendarios y llueve y en la tele nos muestran volcanes que explotan igual que nuestras desavenencias, y siguen buscando más culpables que soluciones y encontrando en ello rédito, y este dolor que siento a veces en el pecho ya no sé si es físico o incurable. Y a que hace demasiados meses que me pregunto si vivir no será sólo una forma más lenta de extinguirse. Pero no me hagas caso, lo que me pasa es que este mundo no lo entiendo. (Magister Aute dixit)

Ismael Pérez de Pedro.

Poeta.