VETE AL MÉDICO

VETE AL MÉDICO

Piensen por un momento en alguno de los concursos que emiten por televisión y que, como muchas otras personas, quizás vean como entretenimiento ligero para desconectar un rato por la noche después de llegar

agotados física y emocionalmente del trabajo, si lo tienen. ¿Ya lo han pensado? Bien. ¿Alguno fomenta la cooperación? Podríamos hablar de ese en el que bailan o cantan por turnos y unos “expertos” a modo de semidioses deciden si continúas o, por el contrario, no tienes talento suficiente y te mandan tras alguna humillación a tu casa, o ese otro en el que valoran las artes culinarias a golpe de corneta y sumisión castrense y castradora a las órdenes estrictas de otro “experto” al que, incluso en su versión infantil, hay que dirigirse a voz en grito con un “sí, Chef”. En todos, podríamos mencionar otros, se les da un extraordinario valor a la competitividad, incluso por encima de la competencia. No importa tanto que sepas hacer algo como que seas el mejor en hacerlo, el número uno. Nos tratan de inculcar (no sólo en los concursos, estos son una herramienta más que usan para fomentar esa actitud en detrimento de otras) la máxima de que el segundo es el primero de los fracasados, de que si no consigues algo en la vida (y ese algo es, básicamente, dinero) no es por culpa de una administración y unos dirigentes corruptos e incompetentes (ellos no) sino porque no te has esforzado lo suficiente, porque te has relajado, acomodado, dejado vencer, conformado o cualquier otro eufemismo sobre el que recaiga la culpa de tu infortunio. Nos pretenden llevar al límite. No enseñan en las universidades cómo cambiar el mundo, cómo hacerlo más amable y habitable, sino cómo dominarlo. La clase denominada comúnmente trabajadora, ya no aspira a dignificar su condición, sino a dejarla, a salir de ella, a pisar a quien sea para dejar de ser oprimido y convertirse en opresor. Muchas veces es la misma sociedad la que nos lleva a ello, después de haber sucumbido a años y años dejando que los derechos conseguidos décadas atrás no sólo se volatilicen, sino que pasen a ser considerados por los mismos trabajadores privilegios de gente que quiere vivir muy bien. En el trabajo hay que mirar de reojo al compañero por si un día el puesto se convierte en una lucha en la que, como en los inmortales, sólo pueda quedar uno. La asociación sindical, incluso la mera amistad laboral, está incluso mal vista en gran número de empresas porque puede ser un inconveniente que el personal tome conciencia de ciertos abusos y decida actuar uniendo fuerzas y, claro, el poder siempre ha preferido aquello de “divide y vencerás”, de hecho les ha funcionado siempre.

   No estoy diciendo que cierto grado de competitividad no sea necesario, incluso en algunos aspectos, beneficioso, sobre todo si uno intenta superarse a sí mismo, pero entre eso y la competición constante para conseguir lo que nos tratan de vender muchas veces como el éxito , hay un trecho considerable. Ese excesivo empeño en lograr metas y hacerlo antes que otro, lleva además, muchas veces, a la frustración cuando no se consiguen unos objetivos o unas expectativas laborales, emocionales, o incluso de asueto en unas vacaciones, por ejemplo. Un exceso de planificación puede conducir a la decepción simplemente porque luego no suceda todo exactamente como habíamos planeado. Se nos intenta educar para ganar a otros como una evaluación falaz de lo que es superarse. Nadie nos prepara para perder, algo totalmente necesario cuando, por definición, el número uno sólo puede ser uno. Gestionar el fracaso, entendido como no ser el primero o no haber alcanzado un objetivo determinado, es algo complicado que en muchas ocasiones genera falta de autoestima, rechazo y frustración, sensaciones que no pocas veces terminan en depresiones que sufrimos por algo que, muchas veces, ni siquiera deseábamos realmente, pero que por diversas cuestiones hemos llegado a convertir en necesidad. Nos hemos acostumbrado a competir porque nos han dicho que no hay otra manera de subsistir. Subliminalmente, y no tanto a veces, nos han machacado con el ejemplo del mejor deportista, el que bate el récord, el artista más vendido, la mujer más guapa del universo, el empresario de más éxito, el que más dinero genera. Y todo esto obviando voluntariamente que detrás del número uno siempre hay un enorme número de personas sin las que la imagen visible de ese logro no podría haber conseguido nada. Los gregarios, los acompañantes, los curritos de toda la vida que hacen tanto o más que cualquiera para que el día a día funcione, no han de ser ejemplo de nada, sino meros engranajes para conseguir un fin concreto, ser el mejor, destacar.

   Y si hay que vivir a base de analgésicos y ansiolíticos, se vive. Ya vendrá después un gurú a decirte qué tienes que sentir, cuándo y por quién. Pero has de ser la mejor madre sin que se resienta tu carrera profesional, no descuidar nada, aspirar siempre al ascenso sin preguntarte si realmente lo quieres o lo necesitas, trabajar enfermo porque si no, otro lo hará, aceptar todas las condiciones. Si te conformas serás un perdedor, si no consigues llegar a fin de mes no es porque las leyes y los precios sean abusivos, sino porque no has querido esforzarte más. Es el mercado, amigo. Se podrían fomentar desde las instituciones otros valores, pero para qué, si con estos nos tienen a todos donde quieren. Además, ya se encargan de poner los lexatines y los orfidales accesibles y a buen precio, cuando no gratis, y, oigan, con eso, pues vamos tirando y gestionando nuestros éxitos y nuestros fracasos. Siempre habrá quien, cuando alguien saque a colación en alguna conversación temas sobre la ansiedad y la salud mental de los ciudadanos, te diga con su desprecio más absoluto, como sucedió recientemente en el congreso: “vete al médico”.

   Salud.

Ismael Pérez de Pedro