Cultura
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A VECES LA VIDA ES UNA TINTA AZUL (BIC CRISTAL)
La mayoría de las veces hacemos algo o contemplamos las cosas casi de manera automática, como esos robots que solemos criticar, no sin razón, en numerosas ocasiones. Esa actitud de realizar o de afrontar las labores cotidianas casi por inercia provoca que, a menudo, obviemos detalles maravillosos de la naturaleza, o que prodigios de la manufactura pasen por nuestros ojos o nuestras manos de manera casi imperceptible.
Una de esas maravillas surgidas de la imaginación humana está a punto de cumplir la friolera de setenta y cinco años. Se trata del bolígrafo Bic. Una máquina perfectamente diseñada a la que seguramente ninguno de nosotros ha pensado en catalogar como tal, pero que es un invento extraordinario que ha cambiado como pocos la historia, no sólo la de la escritura sino la del propio ser humano.
Se estima que la compañía Bic (su creador tuvo que omitir la hache final de su apellido al entrar en el mercado anglosajón para evitar confusiones desagradables) vende más de veinte millones de unidades cada día, más de cincuenta por segundo, y que a lo largo de su historia ha colocado más de cien mil millones de bolígrafos. Si lo pensamos un momento es algo extraordinario. Y todo con un diseño que apenas ha cambiado en siete décadas, con una forma hexagonal que hace que no ruede sobre las superficies, y un tapón con agujero en su punta para evitar asfixias. Un producto de la ingeniería casi perfecto, cómodo, barato, y, sobre todo (de ahí su éxito rotundo) tremendamente eficaz. Un invento que ha pasado a formar parte de la cultura popular.
Detrás de algo aparentemente tan sencillo hay (como a menudo ignoramos) cientos o miles de horas de esfuerzo y dedicación, de ensayo y error, de desesperanza y frustración hasta dar con el fantástico resultado final.
Su mecanismo es complejamente simple, la bolita de acero de un milímetro colocada en la punta del bolígrafo permite a la tinta, creada también especialmente con una consistencia y viscosidad específicas, fluir por ella sin que se atasque ni se obstruya ni gotee ni se seque. Además, su mina y cuerpo transparentes hacen que el usuario se haga una idea de la cantidad de carga que le queda. Hace años, sus publicistas aseveraban que con cada bolígrafo se podía escribir el equivalente a un quilómetro de distancia.
Un aparato aparentemente sencillo que desbancó a la pluma estilográfica y popularizó la escritura a un precio asequible y económico. Un invento tan presente en nuestras vidas que se ha convertido casi en invisible.
Me pregunto cuántos (incluso sin ser conscientes de ello) habrán firmado su unión matrimonial con uno de esos bolígrafos, o su separación legal, o un acta de defunción, o habrán estampado la firma de numerosos documentos oficiales imprescindibles en su día a día, cuántas sentencias de muerte, cuántos perdones, cuántas declaraciones de guerra…
Cuántos corazones ensartados por las flechas del amor habrán sido garabateados con su tinta en las hojas de los cuadernos adolescentes, cuántas equis de quinielas que nos hicieran soñar con empatar con la vida o ganarle algún partido aunque fuera en el tiempo de descuento, cuántas listas de la compra, cuántas notas enganchadas en la nevera, cuántos te quieros en cartas con remites y destinatarios de todo el mundo y en todos los idiomas hicieron más soportable la separación gracias a ese maravilloso y fascinante invento al que la mayoría de las veces ni prestamos atención.
Cuántas historias magníficas se gestaron en libretas caligrafiadas con su sangre indeleble, cuántos versos que nos removieron el alma tuvieron su traslación material gracias a ese producto del ingenio. Cuánta imaginación cabe y cobra cuerpo en cada uno de esos prodigiosos artilugios, cuántos nervios y tensiones han dejado sus dientes marcados en su tapón.
A veces la vida es una tinta azul que se derrama en las cuartillas de nuestra existencia. Algo completamente inútil sin alguien (podemos ser perfectamente nosotros mismos) que se detenga un instante a leer nuestros pequeños milagros cotidianos.
Ismael Pérez de Pedro.
Aprendiz de poeta