OTRA VEZ NAVIDAD
Ya la tenemos aquí: Desde hace casi un mes las luces adornan y engalanan las avenidas. La paz, los buenos deseos y los besos y abrazos viajan en correos electrónicos, wasaps y videos. Algunos incluso todavía perfuman la delicada solapa de un sobre que alguien abrirá (probablemente ya el año que viene, que el servicio postal da para lo que da) con la ilusión o el desdén que le inspire el remitente.
En televisión, las niñeras psicópatas de las películas de sobremesa han sido sustituidas
por elegantes y ajetreadas jóvenes de prometedora carrera que no descubren el verdadero sentido de la vida hasta llegar a uno de esos pueblecitos entrañables de una sola calle central (donde siempre hay una monísima cafetería que sirve la mejor tarta de manzana del estado) en el que se enamoran del apuesto lugareño que prefirió renunciar a la vorágine y fastuosidad de la gran ciudad en pos de mantener sus raíces y su equilibrio mental, consciente de que son las personas las que hacen los lugares y no al contrario.
Un chorreo constante de moralinas, tópicos y buenas intenciones que culminan siempre en un establo ataviado para el tradicional baile de navidad y que terminará a las puertas de éste con la feliz pareja besándose bajo los perfectos copos de nieve que caen de un cielo tachonado de estrellas.
Ah, pero aquí eso no lo tenemos, aunque un par de semanas al año algunos traten de imitarlo. Aquí no tenemos esas dos hectáreas de sala de estar en las que los niños corretean como potrillos salvajes con sus juguetes recién desembalados mientras los mayores muestran sus blanquísimas sonrisas y beben un aromático ponche que la elegante abuela prepara cada año. No, aquí somos más de criticar vestidos o de encasillar a alguien por si verá a Motos o a Broncano. Aquí somos más de deprimirnos y amargarnos por no tener todo lo que desearíamos, sin ser demasiado conscientes muchas veces de que la mitad del mundo daría lo que fuera por poseer una cuarta parte de lo que nosotros desdeñamos.
Y, al fin y al cabo, qué importa, tampoco nosotros vamos a cambiar el mundo, y cada uno es libre de celebrar como quiera lo que le apetezca. Y muchos (la mayoría, aunque los de siempre traten de dividirnos y convencernos de lo contrario) son, simplemente y a su manera, buenas gentes que no tienen en su día a día muchos motivos de celebración. O sí los tienen, pero, quizás, de ello se darán cuenta demasiado tarde.
FELIZ NAVIDAD A TODOS. SALUD.
Ismael Pérez de Pedro