Esta noche muchos miraremos la luna. Lo haremos independientemente del idioma que hablemos, del dios en que creamos (si es que creemos en alguno), del lugar que habitemos, o deshabitemos, o que nos habita, de si somos más de estos o de los otros, o somos, simplemente, melibeos.
La luna es de quien la trabaja.
Miraremos esa luna que no puede ocultarse, como la verdad, por mucho tiempo. Una luna que sangrará por nuestra herida.
Quizás hagamos (o nos hagamos, o nos hagan) algunas de esas promesas que