¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! / No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos, / a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro, / a tu violencia granate sordomuda en la penumbra, / a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
Tenía la noche una hendidura / y quietas salamandras de marfil. / Las muchachas americanas / llevaban niños y monedas en el vientre, / y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo.
Pero no busquéis aquí la belleza al uso de la que estamos acostumbrados actualmente. Estamos en los límites de la razón, en el lugar donde los sueños habitan y en donde lo inconsciente